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Nuestro viaje a Sri Lanka

Nuestro viaje a Sri Lanka

Nuestro viaje a Sri Lanka es un texto escrito con mucho amor por nuestra compañera Eulalia y su marido, Diego. ¡Esperamos que lo disfrutéis!.

 

¿Sri Lanka?, me pregunta la gente, poniendo cara de extrañeza. Alguno, un poco más documentado, me dice «Ah, el antiguo Ceilán«. Y puede ser que llegue a mencionar el famosísimo té, o bien la capital con nombre de detective de la tele. Hay otros que saben que es una isla, al sur de India, y que fue golpeada por el tsunami de 2004. Pero incluso los más ilustrados me lanzan una mirada interrogativa, que expresa aquello que los labios no se atreven a mencionar «Pero, ¿qué hay que hacer en Sri Lanka?».

Lo cierto es que no puedo criticarles. Yo mismo no he sabido muy bien, hasta hace 3 o 4 meses, por qué Sri Lanka. La referencia más cercana que tenía del país es mi tío Juan Viajero, que estuvo allí en el año 99, creo.

Juan Viajero es mi trotamundos de cabecera (otros tienen a Javier Reverte, o Martínez de Pisón), yo tengo la suerte de tener cerca a Juan. Quizá por el hecho de ser «trotamundos a tiempo parcial«, como la mayoría de nosotros. Es decir, se dedica a ver mundo entre 2 y 3 semanas una vez al año. Los que viajan largas temporadas pueden ser, a los ojos del oficinista medio como yo, una guía, una inspiración, una idea. Y, sin duda, transmiten experiencias vitales inasequibles para muchos de nosotros. Pero no pueden ser una referencia firme de cómo va a ser mi viaje, evidentemente.

La cuestión es que cuando pregunté a Juan Viajero por Sri Lanka, me escribió lo siguiente:

«[…]Sri Lanka es un destino fantástico, sin tener nada en concreto espectacular, el conjunto resulta muy agradable, especialmente por la gente, extremadamente amable y muy enrollada a poco que les des bola. Puede haber más templos bonitos en India, la comida puede ser más sabrosa en Tailandia, las ruinas de Bagan son más espectaculares que las de aquí, las playas de otros lugares podrán ser mejores… pero lo tiene todo, concentrado en pocas horas de viaje de un sitio a otro. La verdad, qué envidia ¿no os quedará sitio para mí?[…]»

Lo de la envidia lo dice siempre, no es de fiar. Hace poco fui de excursión a Sitges y dijo lo mismo. Pero lo cierto es que, una vez de vuelta a casa, la frase de Juan Viajero resultó ser una gran verdad. Para contaros algo sobre Nuestro viaje a Sri Lanka, por tanto, he decidido ilustrar 5 escenas, muy diferentes, de mi viaje. Y al final, una feliz coincidencia.

 

  1. SIGIRIYA

La fortaleza de Sigiriya (Roca del León) fue construida del 477 al 485 d.C. Al pie de la Gran Roca, sanctasanctórum del complejo, se levantó un doble recinto defensivo, con doble foso con… ¡cocodrilos!. También unos hermosos jardines con estanques, de los que se conservan unos restos bastante ilustrativos de lo que serían los buenos viejos tiempos.

Si se mira al frente, la gran mole de roca se levanta a una altura casi irreal sobre el valle circundante: un desnivel de más de 300 metros desde los jardines. Según se acerca uno a la roca e inicia la subida, se da cuenta de que está en un escenario digno de una historia de Conan el Bárbaro.

En primer lugar, los «Boulder Gardens«, que albergan las estancias inferiores del complejo, adaptadas a las caprichosas formas de la roca. Siguiendo la subida, aparece el increíble «Mirror Wall«. Un pasillo excavado en una hendidura de la roca, con murete de yeso pulido y frescos de damiselas o «apsaras» en la roca de detrás. Se conservan 21 figuras eróticas que no fueron destruidas por los monjes budistas al establecerse allí en el año 1155.

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Pero aquí no acaba la cosa: tras subir otro tramo, se llega a una explanada en el lado oeste de la roca. Es la llamada «Plataforma del León«, la puerta de entrada al Palacio del Rey. Aquí se situaría sin duda un cuerpo de guardia que defendería la entrada, que por otro lado ya se protege ella solita: dos enormes garras de león, impactantes, dan acceso a la escalera que sube al palacio (supuestamente a través de la boca del animal). Si se pretendía obtener un efecto intimidatorio, puedo aseguraros que aun hoy, en ruinas, lo consigue. Es difícil no echar a volar la imaginación, visualizar guerreros peleando al pie de la escalinata, embajadas comerciales que hacen la reverencia al chambelán de la corte… puede ser que haya visto demasiadas películas, pero pocos lugares evocan tanto como esta explanada.

 

  1. PIGEON ISLAND. BUSCANDO A NEMO

Las playas de Nilaveli y Uppaveli, en Trincomalee, son el paradigma de las vacaciones. Playas largas de arena blanca, flanqueadas por un muro de cocoteros que se mecen en la brisa. Para el ciudadano medio es la imagen del paraíso en la tierra, del retiro del ricachón o del ladrón de bancos, o bien la foto sugerente de todas las agencias de viajes.

Frente a Nilaveli se yerguen unos islotes, llamados ‘Pigeon Islands‘, que se encuentran en medio de un arrecife de coral. Nos ofrecen ir allí a hacer snorkel. En un principio la idea no me entusiasma, mis dos últimas experiencias dejaron bastante que desear, pero nos apuntamos a la excursión.

Un muchacho de unos quince años nos llevará en una barquita con motor hacia Pigeon Islands. Gafas de buceo, tubo, y bañador: no se necesita más. En media hora llegamos a la islita, ya está llena de gente, así que imagino que será difícil ver peces, por lo menos en la zona más cercana a la playa.

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Me equivoco: nada más caminar unos metros en el agua, meto la cabeza y, ¡oh sorpresa!, el agua está llena de peces. De un colorido irreal, fluorescente, y de todos los tamaños. Los peces nadan entre las rocas, cubiertas de coral (que, por cierto, corta mucho). Solo hay que dejarse llevar un poco por la corriente y mirar, así de sencillo. Parece increíble tal concentración de peces de colores, amarillos, anaranjados, violetas, con rayas e incluso ¡con una cuadrícula dibujada en el lomo!, como si hubiera saltado de una parrilla. El color de los peces es tan vivo, que parecen pintados, como un dibujo animado de un realismo impactante. Y efectivamente, allí, entre todos esos peces cuasiextraterrestres, está Nemo, el de la película. Es un instante de confusión entre realidad y ficción, quizá porque en nuestro día a día postmoderno, en el fondo, hay demasiada ficción.

Después de una hora, vamos a otra playa que da hacia el arrecife. Siguiendo al muchacho de la barca, nadamos a lo largo de éste. Caprichosas formas geométricas tapizan el fondo, de color violáceo o rojizo. A veces hay que tener cuidado, hay poca profundidad y el coral puede rozarnos el pecho. Está todo el fondo cubierto de coral hasta donde llega la vista. Yo pensé que para ver estas cosas era necesario hacer submarinismo «del bueno» o enrolarse en el Calypso con Cousteau.

Volvemos a mediodía. Desde la barca, se observan unas cabañas al borde de una playita, y un templo hindú mirando a levante. Es la casa de nuestro guía de hoy, que por las noches es pescador. El sol está en el punto más alto del cielo, prácticamente no hay sombra. Creo que nunca lo había visto tan arriba. Y pica. Vaya si pica. La barca nos deja en la playa y vamos caminando por la arena hasta nuestra habitación.

 

  1. ELEFANTES

Es inevitable cruzarse con algún elefante en Sri Lanka, los hay tanto salvajes como domésticos. En un par de ocasiones el coche tuvo que frenar bruscamente porque había alguno en la carretera. Para habituarnos rápidamente a ellos, el primer día, nada más llegar, fuimos a Pinnewala a visitar un orfanato de elefantes.

La sensación que tuve fue como estar soñando. Tras 14 horas de avión y 2 de coche, habiendo dormido un par de horas como mucho, lo primero que veo al entrar en la población (y prácticamente en el país) es una manada de unos 20 elefantes bañándose en un río, con sus cuidadores echándoles agua por encima. El movimiento lento de los animales confiere a la escena cierta placidez. Tengo una sensación extraña, como si fuera la culminación de un proyecto, ya he llegado, esto es lo que buscaba. Y al mismo tiempo, claro, estoy cansado, y es solo el principio.

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Visitamos luego el recinto del orfanato. En éste se recogen animales heridos, o crías cuyas madres han muerto. En la actualidad hay unos 50 ejemplares, y no tienen capacidad para más. Procuran no recoger crías, o reintegrarlas a la vida salvaje lo antes posible. En la entrada del orfanato hay un panel con los horarios de actividades de los elefantes: bajada hasta el río para el baño, comidas, «biberones» para las crías… tiene algo de residencia o convento.

Ya dentro del recinto, nos dirigimos a una pradera donde hay 15 elefantes comiendo ramas de árboles que les traen los cuidadores en camiones. Parece ser que un ejemplar adulto puede comer diariamente hasta 200 kg de ramas y cortezas. Viendo cómo tragan, es verosímil. Es fascinante ver cómo manejan la trompa, es una auténtico brazo flexible con el que hacen infinidad de movimientos. A cambio de una pequeña propina, los cuidadores permiten a la gente acercarse a los elefantes y darlos de comer.

Me acerco tímidamente (más bien temeroso) hasta los animales, quiero tocarlos. La piel es dura pero cede al tacto y, naturalmente, como el animal está vivo, está caliente. Me sorprende: tal mole de color grisáceo, cubierta de gruesos pelos y arena, parece más bien una roca, y ésa es la imagen mental, el pre-juicio, que yo me había hecho. Dicen que es bueno viajar para dejar atrás ideas preconcebidas: he aquí un humilde ejemplo.

 

  1. TREN A ELLA

No habría concebido viajar a Sri Lanka sin montar en un tren. Últimamente asociamos el ferrocarril a grandes avances tecnológicos, velocidad, comodidad y pulcritud, dejarse llevar… y nos olvidamos de aquellos trenes en los que la gente se despedía por la ventanilla, vestían gabardina y se montaban en estaciones destartaladas, con maletas atadas con cuerdas, mozos cargando paquetes, y vendedores ambulantes.

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En aquellos trenes que iban despacio, y cuyos trazados de vías habían sido victorias épicas del hombre frente a la naturaleza, se tenía que sentir de verdad que uno viajaba. Como aquí. El tren recorre las montañas del «Hill Country», por las sinuosas laderas, dejando a nuestra izquierda valles de un verde fulguroso tapizados de té. En los alrededores de las vías, los niños saludan al paso del tren, y los bueyes observan al viajero con indiferencia. La puerta del vagón está abierta, y se puede sacar medio cuerpo fuera, porque no va muy deprisa: calculo que unos 50km/h. Y en el interior, los vendedores pasan ofreciendo té y cacahuetes, unos muchachos cantan con una guitarra. La niña que está sentada al otro lado me observa con curiosidad y timidez mientras trato de captar con la cámara todo lo que siento en ese momento, por supuesto, sin éxito.

Se llama Aniri, pocas veces se escucha un nombre tan bonito. El tren para en una estación de nombre evocador e impronunciable, y entonces deseo que la mía no sea la próxima. Quiero quedarme allí más tiempo, mirar por la ventanilla y sonreír al padre de Aniri, y recordar que un viaje no es solo ver cosas, sino también llegar hasta ellas.

 

  1. CLASES DE COCINA EN GALLE

Bien pensado, es admirable que el Fuerte de Galle (que no debe de tener más de 100 edificios) pueda condensar la Historia Moderna del país. El paso de portugueses, holandeses e ingleses se entremezcla con templos budistas y mezquitas. Y sin ser especialmente bonito, invita a pasear y perderse un poco, hasta llegar al mar. El Índico, la nada oceánica total: un barco que partiera en dirección sur no pararía hasta la Antártida. Merece la pena consultarlo en un atlas (no vale google maps). Mucho que sentir y no demasiado que visitar, en este fuerte que aguantó dignamente el tsunami de 2004. Es un buen momento para aprender por qué pica tanto la comida de este país.

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Eulalia en las clases

Tras preguntar aquí y allá, encontramos unas clases de cocina en una pequeña casa de huéspedes con restaurante. No podíamos terminar Nuestro viaje a Sri Lanka sin esta actividad. Empezamos por la mañana pronto, para ir de compras. Primero a por el pescado a la playa, después al mercado de verduras, y para terminar, el supermercado (que esto es exótico pero no es el fin del mundo). Nos movemos en dos ‘tuk-tuks’, el moto-taxi de 3 ruedas de Asia, con los que han acordado que nos lleven de compras y nos traigan de vuelta a casa con la mercancía.

Comenzamos la clase. Nos disponemos en una mesa alargada con un pequeño hornillo de dos fuegos. Nosotros cortamos y mezclamos los ingredientes mientras Mama y Malani cuidan del fuego y las cazuelitas. En un par de horas escasas hemos preparado 8 platos de ‘curry’ diferentes, parece imposible. Mama es una cocinera de las de verdad: mientras está hablando con nosotros o indicándonos cómo mezclar algún ingrediente, controla perfectamente los fogones y saca todas las cazuelas en su punto, o al menos esa impresión me da a mí.

Para cada curry se prepara una mezcla de especias diferente. En éste, una cucharada de polvo de curry tostado y media de chile en trocitos. En el de más allá, cúrcuma, media de polvo de curry sin tostar, una de mostaza y media de chile en polvo. Las combinaciones son de una sutileza que yo no sé apreciar: me gustan todas, pero no sabría distinguir bien la diferencia entre una mezcla y otra. Me doy cuenta entonces que viajando uno percibe la punta del iceberg de las cosas, queda mucho debajo de la superficie, y en unas pocas semanas es difícil aprehenderlo.

Cuando se viaja, al cabo de unos cuantos días toda la comida, por buena que sea, nos parece igual. Una vez que nos familiarizamos con la cocina del lugar, tenemos una impresión de monotonía, de comer siempre lo mismo. Pero la cuidadosa mezcla de especias de Mama me indica lo contrario: cada producto necesita ser tratado de una manera, y cada picor es diferente. Igual que cada vino tinto, supongo.

La clase provocará que en Colombo, antes de partir, busquemos los ingredientes para preparar en casa algún curry. El experimento, por ahora, ha sido desolador: Mama nos habría suspendido sin contemplaciones. Lo cual tal vez indique que efectivamente estábamos delante de una gran cocinera.

 

Y PARA TERMINAR, UNA VENTUROSA COINCIDENCIA

En uno de los hoteles que estuvimos durante el viaje, cayó en mis manos un libro de fotografía de Tom Tidball. En el prólogo del libro venía la siguiente frase (la traducción es mía):

«Podría ser que a todas y cada una de las atracciones de Sri Lanka se las supere en algún otro sitio de la Tierra: quizá Camboya tenga ruinas más imponentes, Tahití playas más bonitas, que Bali tenga paisajes más hermosos (aunque lo dudo), o Tailandia gente más encantadora (lo dicho); pero me resulta difícil creer que haya un país que obtenga unas puntuaciones tan altas en todos los apartados, lo que tiene muchas ventajas y muy pocos inconvenientes, sobre todo para el visitante occidental.»

En ese momento me acordé, claro, de Juan Viajero. Su impresión global sobre Sri Lanka es prácticamente idéntica a la del escritor del prólogo, que es ni más ni menos que Arthur C. Clarke, quien vivió en Sri Lanka desde 1956 hasta su muerte, ocurrida en 2008. Así que creo que hago bien fiándome del criterio de mi tío.

Qué venturosa coincidencia. Hay una palabra en inglés que creo podría servir para describir el momento en que me topé con la cita: «serendipity» (descripcion). ¿Sabéis de dónde viene?. Los árabes llamaban a Sri Lanka «Serendip», y en el S.XVIII, un escritor inglés (Horace Walpole) acuñó el término, a partir del título de un cuento persa, y se popularizó. Espero por tanto que si caes por azar en estas notas, te despierten el deseo de conocer la isla.

Por último, un agradecimiento: ningún buscador, ni siquiera Google, fue capaz de encontrarme la cita de Arthur C. Clarke en la Red. Así que localicé al autor del libro de fotos, Tom Tidball, y le envié un email solicitándole el texto. En un par de días me respondió con el texto que necesitaba para cerrar este artículo. Así que si os ha gustado la frase, os agradecería que visitarais las páginas de Tom:

http://www.tidballphoto.com

http://tomtidball.blogspot.com

https://www.facebook.com/tidballphoto

Es la mejor manera que tengo de agradecerle el detalle.

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